27 noviembre 2012

KSAR GHILANE


Finalmente el camino desde el cruce de la carretera entre Matmata y Douz está asfaltado por completo hasta Ksar Ghilane. Estábamos esperando que en cualquier momento el asfalto se terminara y comenzara una senda en pleno desierto hasta llegar al oasis, pero no fue así.

Mires donde mires todo es completamente plano, seco y la vista se pierde en el infinito. Según nos vamos acercando a Ksar Ghilane, el terreno plano se torna ondulado en el horizonte por la forma de las dunas de arena.



Y aquí llegamos, al oasis de Ksar Ghilane, en mitad del desierto. El oasis es frondoso, está lleno de datileras y tiene una especie de “calles” de arena por donde el coche pasa con dificultad.




Fuimos directamente donde creíamos que estaba el alojamiento más económico, aunque sabíamos que alojarse aquí no iba a ser barato precisamente.
Efectivamente, nos piden 30 Dinares (15€) por persona, pensión completa durmiendo en una jaima. Tras un intenso regateo, el hombre no bajó nada el precio y nos fuimos a otro sitio.
En éste segundo lugar el precio era igual, pero lo bueno fue que tras un regateo de unos 20 minutos (poniendo cara de pena) nos dejó la pensión completa a 20 Dinares por persona; 10€.
Por lo que seguimos viendo, parece que el regateo en alojamientos, no es tan común como creíamos.
Y ésta fue nuestra jaima en Ksar Ghilane.





Aquí nos encontramos con Mustaf, un guía que conocimos en Matmata, y que tras insistir persistentemente en vendernos algo, decidió tirar la toalla y pasar simplemente a charlar con nosotros, lo cual fue interesante pues venía de una familia bereber.

Aquí en Ksar Ghilane, Mustaf estaba con dos extranjeros, Jose de Mallorca, y Daniela de Italia. Mustaf los había traído hasta aquí y debía llevarlos a Douz (unos 200km) al día siguiente. Como María y yo íbamos en esa dirección nos ofreció 20 Dinares por llevarlos, pero aceptamos a hacerlo sin nada a cambio, si es que ellos aceptaban, ya que habían pagado a Mustaf por el servicio…

En uno de los extremos del oasis hay unas termas naturales no muy impresionantes; pero pocos metros más adelante se haya algo inmenso, el desierto del Sahara. Kilómetros y kilómetros al oeste hasta Marruecos y al sur Argelia, y hasta Mali y Níger.

Nos descalzamos y nos lanzamos a caminar (no lejos); la arena es tan fina que parece polvo y aunque en la superficie esta muy caliente, al meter el pie abajo está muy fría debido a las bajas temperaturas por la noche en esta época del año, (Noviembre)



En el oasis hay un hotel bastante caro, pero que afortunadamente tiene el acceso libre a cualquiera, y en él hay un torreón con muy buenas vistas del oasis y del desierto.


Los turistas hacen excursiones hasta el Ksar que está a unos dos kilómetros desierto adentro, realmente esta en ruinas pero lo bonito es el paseo que estos suelen hacer en caballo, camello y hasta en quads.
Estuvimos a punto de contratar un camello para la puesta de sol pero nos echamos atrás pues preferíamos disfrutar del momento tranquilos solos en arena del desierto. Y fue realmente espectacular, buscamos nuestra duna, subimos hasta la cumbre y observamos como el sol nos dejaba hasta el día siguiente; con su ausencia el frio hizo presencia repentinamente teniendo que regresar a la jaima rápidamente.




En la noche cenamos con Jose, Daniela y el alemán que habíamos conocido en Tataouine y que había llegado hasta allí en bici a través de pistas de arena.
Los trabajadores son gente muy simpática, a pesar de su aspecto tradicional están ya muy hechos al extranjero y nos pasamos unas buenas risas con ellos.



Aunque fue duro por el frio, al día siguiente me levante a las seis de la mañana, en total oscuridad, y me fui al desierto para ver el amanecer. Fue una sensación increíble, solitaria, y muy bonita el sentarte en la arena fría de una duna esperando la llegada del que vimos marchar unas horas antes.