26 febrero 2009

EL SUR DE BENGALA

Rangamati es un lugar mágico, un remanso de paz y naturaleza en la siempre vibrante Bangladesh; un lugar de gentes amables y diferentes cada una con su propia cultura dependiendo a que tribu pertenece.

Llegamos en un autobús desde Chittagong llevando nuestro permiso encima, aunque luego vimos que este permiso es un simple trámite quizá para echar para atrás a algunos turistas y que no se masifique, aunque ellos dicen que es por seguridad nuestra.
Al llegar al primer control nos registramos haciendo esperar a todo el autobús; en estos países los autobuses tardan en arrancar pero una vez que parten son imparables y no pueden esperar; debido a esa impaciencia olvidé el permiso en el puesto militar, y claro el autobús no regresó, pero no importó al llegar a Rangamati se lo comenté a la policía y me respondieron con un ”Noooo problem…”

Encontramos un hotel baratillo pero con unas sorprendentes vistas sobre el lago Kaptai; Rangamati esta casi rodeado por este lago que forma multitud de islotes dándole un toque aún más bonito.


Nada más llegar nos marchamos caminando sin ser muy conscientes de las distancias, recorriendo un total de unos 12km que se pasaron sin notarlos por lo entretenido del trayecto; la gente de aquí tiene caras muy diferentes al resto de Bangladesh quienes son muy parecidos a los indios; aquí tienen los ojos rasgados y pómulos marcados, mucho más cercanos a las caras que veremos en el sudeste asiático, también hay que tener en cuenta que estamos a muy pocos kilómetros de Myanmar siendo normal esta influencia en la gente.


Se encuentran varios puertos para el desplazamiento más rápido de los habitantes de Rangamati, y para desplazarse a las villas de alrededor quienes viven más apartados de la sociedad con su propia cultura.


Durante el camino encontramos gente muy simpática, que nos miran como siempre y nos preguntan de dónde somos, aunque no saben decirlo bien en inglés y no los entendemos, simplemente decimos el nombre de nuestro país y se quedan contentísimos.


Lo mejor en estos lugares es meterse por calles desconocidas, fuera del camino principal, ahí es donde encontramos como viven en las villas donde las calles están formadas por vallas de mimbre que separan las parcelas de cada casa.


Con el día tan satisfactorio, a la mañana siguiente nos fuimos a otra zona, donde de nuevo nos pasamos caminando. Primero encontramos las barcas que llegan con los plátanos de las villas de alrededor; de la barca unos hombres los suben hasta tierra firme cargando a lo bestia, aún así tienen la gracia de mirarnos al vernos con la cámara de fotos.


Otro de los puntos fuertes de este lugar fue el mercado donde personajes de las diferentes tribus se acercan a hacer sus negocios; la mayoría de estas personas pertenecen al mayor grupo tribal llamado Chakma, quienes habitúan a fumar en una gran pipa.
Normalmente los hombres se dejan fotografiar sin problema; las mujeres son mucho mas reservadas y como norma general cuando las pregunto no me dejan hacerlas fotos. Ahora tenemos un nuevo truco, cruzamos el mercado mientras yo hago fotos a hombres, y a la vuelta María hace las fotos de las mujeres…


Aunque nos costó mucho, encontramos el instituto tribal, un museo donde un hombre nos explicó mucho sobre la vida de las montañas de Chittagong, contándonos las diferencias entre las 12 diferentes tribus, las cuales afortunadamente siguen creciendo en población. La mayoría de ellas son budistas, otras hindús (junto a la frontera India en el estado de Tripura), y otras las han convertido al cristianismo; y todo eso pensando que estamos en un país musulmán… De todas formas muchas de estas personas están muy integradas en el mundo actual de Bangladesh.

Visitamos en una de las pequeñas islas una Vihara budista (monasterio) accediendo a través de un puente donde conocimos a unos chicos que querían venir con nosotros a enseñarnos cosas; al rato aparecieron todo contentos con unos helados de los que hacen aquí caseros y que por ningún motivo debemos comer nosotros pues no sabemos la procedencia del agua.
Aquí en Rangamati es difícil que el agua este contaminada, pero en general en Bangladesh es el país en el que más precauciones estamos tomando; hemos bebido agua del grifo en muchos países incluso directamente del Nilo en Sudán con pastillas purificadoras, pero el problema de Bangladesh es que por un efecto natural de la tierra, el agua contiene arsénico y por eso debemos tomarlo todo embotellado y mirar que esté escrito “No contiene arsénico” pues hay algunas botellas que aún así lo tienen.
De todas formas nos tomamos los helados, ¿cómo podemos decir que no a esta gente tan buena?

Por aquí encontramos a un hombre de Portugal que había vivido en Asturias (España) un tiempo y hablaba bien español, nos fuimos con él hasta otra isla en una barcaza sobrecargada de gente.


Desde Rangamati nos dimos una buena paliza de autobuses, primero regresemos a Chittagong para tomar otro autobús hacia Cox’s Bazar. Ambos buses no conducían a lo loco o peligrosamente; aquí pasan directamente a la categoría de suicidas, con razón leímos en una ocasión que Bangladesh es el país con mayor índice de accidentes de autobuses. Adelantan cuando quieren incluso en curvas, en más de una ocasión estuvimos a punto de tener un choque frontal; y si no pueden adelantar porque el de delante no se puede apartar, cuando definitivamente lo adelanta, al igual que en las películas, el autobús hace amagos para chocar lateralmente al otro vehículo por no haberlo dejado pasar antes.

Cox’s Bazar es el lugar de turismo local por excelencia de todo el país, es ese lugar con el que todo bengalí sueña por visitar, lo mejor de lo mejor; para nosotros de nuevo una ciudad más que únicamente tiene una playa bonita; por muy de última generación que quiera ser tiene muchísimos problemas eléctricos, y el internet es desastroso; sólo tienen 2 horas con luz, 2 horas sin luz…y así…
Los precios de los hoteles son altísimos porque estamos pasando por unos días festivos nacionales, así que nos llevó mucho tiempo encontrar lo más barato de la ciudad; una vez asentados fuimos a descubrir alguna de las bellezas de la ciudad como unas antiguas pagodas sobre una colina con vistas de Cox´s Bazar e islas de alrededor.


Pero lo más llamativo es la gran playa que se une con la playa de Inani, considerada la más larga del mundo con 120km de largo y hasta un ancho de 300 metros en marea baja.
Fuimos a ver la puesta de sol y si nos descuidamos no la vemos pues al llegar fuimos como habitualmente el atractivo de los locales, quienes tímidamente se fueron acercando, robándonos alguna foto…y luego cuando alguien se atrevió a pedirnos una foto, todo el mundo vino y llegamos a estar rodeados de gente con 5 o 6 cámaras delante sacándonos fotografías; al final tuvimos que limitarles las fotos para poder disfrutar de la bella puesta de sol.


Camino hacia el sur la tierra se va estrechando, y los poblados se vuelven de lo más pobre; pasamos junto a varios campos de refugiados de Myanmar, y fabricas de ladrillos en las que vimos niños de 6 o 7 años haciendo ladrillos en la calle.
Al este divisamos el ancho río Naff haciendo de frontera natural con Myanmar que se divisa a un kilometro de distancia desde Bangladesh.
El último pueblo importante es Teknaf, uno de esos lugares perdidos, polvorientos, e incomunicados; visitamos varios hoteles donde nos querían cobrar bastante por nuestra condición de europeos, y los otros directamente no nos aceptaban. Utilizamos una nueva táctica; uno de los hoteles que no nos aceptaba era enorme y estaba dando habitaciones a gente delante nuestro cuando nos había dicho que estaba completo, así que insistimos indignados por lo que estábamos viendo, parece que funcionó y no sólo eso, nos dieron la habitación VIP, como decían ellos por 400 takas; un chollo teniendo en cuenta que es el mejor alojamiento que hemos tenido en el país.
Pero si nos quedábamos en el hotel debíamos registrarnos en la policía por nuestra seguridad; así que fuimos para allá y hablamos con el jefe que tenía un inglés bastante pobre. Lo primero nos invitó a un té con galletas, y seguido comenzó con las preguntas de rutina: país, nombres, que hacemos aquí, estudios, graduado (estas dos son importantísimas) si estamos casados y si nuestro matrimonio es por amor, (la más común de las preguntas)
Tras ello nos dio alguna información que buscábamos para visitar la Isla San Martín, y advertirnos de algunos posibles peligros por estos lugares por los contrabandistas de alcohol y drogas que llegan de Myanmar.


La isla San Martín es el punto más al sur de Bangladesh, una isla separada del último punto de tierra, por 13 kilómetros de mar; cuando decidimos venir aquí creímos que era un lugar desierto, para descansar unos días, pero nos equivocamos por completo, es el lugar preferido para el turismo local, y coincidiendo con el 21 de febrero (día de la lengua madre) la isla de 8 kilómetros cuadrados estaba a rebosar. Hicimos cambio de planes pues no encontraríamos alojamiento en la isla, y decidimos ir y volver en el día.
Hay cuatro barcos que salen a la vez por la mañana a rebosar de gente; la parte bonita del crucero no sólo es la isla; vamos navegando por el río Naff con vistas de Bangladesh al oeste llegando un punto en que la tierra termina en arena donde le sigue el extenso Golfo de Bengala; y a apenas 500 metros al este vemos Myanmar con sus playas blancas, pequeñas villas con pagodas doradas y pescadores en las barcas.


Una vez en la isla San Martín sólo tuvimos 2 horas y media para investigarla, así que nos fuimos caminando por todas partes, encontrándonos con gente simpática como habitualmente, y niños que al contrario de otros países que piden cosas, estos dicen todo el rato “hola, gracias; hola gracias” Las casas aquí también están separadas por vallas de mimbre o hojas secas de palmera.


Una vez llegamos a la playa divisamos el estrechamiento de la isla la cual casi se parte en tres islas; en realidad son tres islas unidas por estrechas franjas de arena. Por aquí pescadores y vendedores de cocos hacen su rutina para ganarse la vida.


Regresando a Teknaf, los barcos (al igual que los autobuses) iban echando carreras y acercándose uno a otro para salpicar a los pasajeros del barco contrario; los barcos regresaban aún con más gente de la que fuimos y la salida fue horrible, al igual que animales, al abrir las puertas una gran masa humana salió sin piedad atascando todas las salidas, la gente saltando de barco en barco, trepando por ventanas…una autentica locura.


Ya de vuelta hacia el norte nos volvimos en autobuses hasta Chittagong, y una vez aquí fuimos a cambiar nuestro ticket de tren que habíamos comprado para días más tarde, (contando con que estaríamos más tiempo en la isla); pero nos salió mal la cosa, para este mismo día no había nada disponible, así que cancelamos el ticket y buscamos una compañía de autobuses nocturna para viajar al norte, Sylhet, e ir dejando Bangladesh definitivamente.
El viaje nocturno en autobús no tiene otra palabra que terrorífico, la velocidad a la que conducía el hombre por las malas carreteras era de espanto, pensamos que de esta no saldríamos. Antes de salir de Chittagong fue muy curioso que un chico vino con una cámara de video y gravó las caras de todos los pasajeros uno a uno; según decían era por seguridad, a mi más bien me parecía para reconocer los cadáveres después del accidente… A la velocidad que fuimos, llegamos con una hora y media de adelanto.

Sylhet es conocido por sus plantaciones de té de los alrededores; pasamos un par de días tranquilos echando algunos planes para las próximas semanas, mientras también pateamos un poco la ciudad visitando el lugar más importante de peregrinación en Bangladesh, la tumba de un santo sufí del siglo XIV.



Tras 22 días maravillosos en este olvidado país de gentes maravillosas, nos dirigimos al nordeste de India...