Al llegar a Trujillo, a poco más de media hora al sur del parque de Monfragüe, dejamos el coche en las afueras y caminamos hasta la plaza principal del centro histórico. Aquí ya nos dimos cuenta que Trujillo sería una interesantísima visita; alrededor teníamos la Iglesia de San Martín con su enorme nido de cigüeña en el campanario, “El Palacio de la Conquista” construido por la familia Pizarro, y la gran estatua de Francisco Pizarro en un caballo; todo ello además con el ambiente local de bares y restaurantes en los portalones de los edificios.
En el siglo XVI, Extremadura fue una tierra de aventureros y conquistadores que viajaban a la nueva tierra conocida, América; prueba de ello es el trujillano Francisco Pizarro, conquistador de Perú, y conocido entre otras hazañas como el hombre que capturó a Atahualpa.
Más tarde, dentro del amurallado centro de Trujillo, seguimos recorriendo estrechas callejuelas, con antiguas casonas muy deterioradas, viejas iglesias con torretas y olivos salteados por las plazas, dando una pincelada aún más encantadora al bonito pueblo; y un poco más allá, el castillo, como siempre situado en ese sitio estratégico con vistas que el ojo no puede alcanzar. Construido por los musulmanes en el siglo X, y reformado por los cristianos una vez que la Reconquista cruzó las tierras extremeñas.
Las buenas carreteras, las cortas distancias, y el lujo de disponer de un transporte privado sin depender de quién parará a recogernos haciendo autostop, nos permiten visitar más lugares en mucho menos tiempo. En otros tiempos habríamos pasado en Trujillo un par de días, pero cuando los viajes tienen fecha de caducidad… tratamos de aprovechar más el tiempo, pero siempre libres, sin agobios y disfrutando del momento.
Así llegamos a Cáceres donde decidimos pasar la noche.
Un cartel que anunciaba un albergue juvenil llamó nuestra atención, y nos acercamos a curiosear; en la recepción había un chico muy simpático que nos comunicó rápido que el albergue estaba lleno, una lástima sabiendo que costaba 15€ por cama; acostumbrándonos a los precios de viajar en España, hasta se nos hacía baratísimo…
Como decía antes, el chico era muy majo, y trató de buscarnos alojamiento en otro albergue, pero al tiempo, también nos dijo que si queríamos, por 30€ podríamos tener una habitación para nosotros solos en el centro de Cáceres. Hizo unas llamadas y listo, teníamos cuarto en una pensión en pleno centro de Cáceres.
El mismo chico nos sugirió dejar el coche en el parquin del albergue sin coste alguno, y así evitarnos los costes de aparcar cerca del centro, o de no poder aparcar, porque los coches ya no pueden circular por el centro histórico o la Plaza Mayor.
Recordábamos lo mucho que la gente nos ayudó viajando por el mundo, y aquí en España no iba a ser menos; cerramos el coche, agarramos la mochila y nos fuimos para la pensión.
La Pensión Carretero, (así se llamaba), regentada por una pareja de avanzada edad muy simpática; donde las escaleras del edificio estaban ligeramente inclinadas, con una barandilla de forja y madera bastante delicada, de la cual no me fiaba. En el segundo piso estaba nuestra habitación con vistas al patio interior; pero sinceramente, era emocionante estar de nuevo viajando en cuartos sin mucho lujo de los cuales hacíamos rápidamente nuestro espacio y “hogar”. Todo hay que decirlo también, la emoción se cayó más tarde durante la noche, cuando nuestras espaldas no soportaban la curvatura del viejo colchón y tuvimos que tirarlo al suelo para descansar mejor…
Extremadura no deja de impresionarnos; la naturaleza de Monfragüe y el pueblo medieval de Trujillo se unen a otra de las joyas que vamos encontrando en éstas tierras; Cáceres, que sin duda es una ciudad encantadora.
Nuestra ansía de conocer y explorar nos lleva a recorrer las calles de la ciudad monumental cacereña, inundada de casonas de nobles, palacios, torres e innumerables iglesias.
La iglesia de San Francisco Javier, es una de las que se puede visitar el campanario por tan sólo 1€; ascendimos a los dos campanarios por las retorcidas escaleras de caracol construidas en piedra, y así tener diferentes vistas de la ciudad.
Entre la multitud de salas y museos de la ciudad, visitamos uno bastante interesante sobre la Semana Santa, la cual se vive de una forma muy diferente al norte de España. La exposición mostraba videos y maquetas de las procesiones, cuidadas al milímetro y llenas de emoción por parte de los participantes. Además también se podían ver los diferentes trajes utilizados, característicos por llevar túnicas y unos gorros cónicos puntiagudos bastante altos.
Frente a la Plaza Mayor, se haya la puerta principal de entrada a la vieja ciudad, el arco de la estrella; y junto a ella la Torre de Bujaco, a la que se puede ascender gratuitamente por turnos. La torre de Bujaco domina toda la Plaza Mayor; lo que ahora es un bullicio de restaurantes, cafeterías, bares y tiendas, antaño fue el centro de reunión de Cáceres, donde la gente compraba y vendía el ganado; aunque supongo que esté muy cambiado, es fácil imaginarse el suelo de la plaza desnivelado, todo de tierra y embarrado en ocasiones por la lluvia; con los habitantes cacereños negociando la compra-venta de animales, vestidos con antiguos harapos, igual que recién salidos de un cuento.
La noche cae en Cáceres, la ciudad monumental se ilumina de una forma espectacular y la Plaza Mayor cobra una vida especial, todos los locales están atestados de personas y es difícil llegar a un sitio a cenar sin esperar antes un buen rato, de todas formas las tapas cacereñas son de tal envergadura que hambre realmente no se pasa. De momento Cáceres ha batido el record de tapas, con una consumición: aceitunas, 4 lonchas de pan con sobrasada y dos lonchas de pan con boquerones.
En nuestra ruta al sur, no podía faltar una visita a la capital administrativa de Extremadura, Mérida; donde se encuentran las ruinas romanas más grandes y mejor conservadas de toda la Península Ibérica.
Entre las cosas más importantes están el Puente Romano, uno de los más largos que construyeron los romanos, con 60 arcos de granito sobre el inmenso río Guadiana; y junto a él, la Alcazaba o ciudad fortificada, de la cual no quedan muchos restos; más tarde veríamos Alcazabas realmente impresionantes en Andalucía.
A parte de las ruinas salteadas por la ciudad y el acueducto, el lugar más emblemático y bien conservado, es el teatro romano, el cual aún se utiliza con el mismo fin para el que se construyó en el año 15 A.C.
Tras una exhaustiva visita a Mérida continuamos hasta el extremo sur de la comunidad extremeña para hacer noche en un bonito pueblo llamado Zafra.
En Zafra encontramos alojamiento en un convento donde alojan a peregrinos que hacen la Ruta de la Plata. Para los no peregrinos como nosotros el precio es de 15€ por persona, en un cuarto privado muy chulo.
La Ruta de la Plata que originariamente era una vía romana que comunicaba Mérida y Astorga (en León), hoy en día se ha modificado, siendo la conexión entre Sevilla y Gijón.
Zafra es el primer “pueblo blanco” que encontramos antes de Andalucía; un pueblo bonito de estrechas callejuelas; pero solamente con sus dos plazas principales, Zafra ya lo vale todo. Ver y sentir la Plaza Chica y la Plaza Grande al atardecer es un momento realmente evocador.
Con la “excusa” del “Viaje de Recién Casados”, seguimos dándonos todos los caprichos; una cervecita por aquí… un vino por allá… y por supuesto comida local; y que mejor que un buen surtido de ibéricos extremeños, en una de las mejores tierras para éste tipo de productos…
En el siglo XVI, Extremadura fue una tierra de aventureros y conquistadores que viajaban a la nueva tierra conocida, América; prueba de ello es el trujillano Francisco Pizarro, conquistador de Perú, y conocido entre otras hazañas como el hombre que capturó a Atahualpa.
Más tarde, dentro del amurallado centro de Trujillo, seguimos recorriendo estrechas callejuelas, con antiguas casonas muy deterioradas, viejas iglesias con torretas y olivos salteados por las plazas, dando una pincelada aún más encantadora al bonito pueblo; y un poco más allá, el castillo, como siempre situado en ese sitio estratégico con vistas que el ojo no puede alcanzar. Construido por los musulmanes en el siglo X, y reformado por los cristianos una vez que la Reconquista cruzó las tierras extremeñas.
Las buenas carreteras, las cortas distancias, y el lujo de disponer de un transporte privado sin depender de quién parará a recogernos haciendo autostop, nos permiten visitar más lugares en mucho menos tiempo. En otros tiempos habríamos pasado en Trujillo un par de días, pero cuando los viajes tienen fecha de caducidad… tratamos de aprovechar más el tiempo, pero siempre libres, sin agobios y disfrutando del momento.
Así llegamos a Cáceres donde decidimos pasar la noche.
Un cartel que anunciaba un albergue juvenil llamó nuestra atención, y nos acercamos a curiosear; en la recepción había un chico muy simpático que nos comunicó rápido que el albergue estaba lleno, una lástima sabiendo que costaba 15€ por cama; acostumbrándonos a los precios de viajar en España, hasta se nos hacía baratísimo…
Como decía antes, el chico era muy majo, y trató de buscarnos alojamiento en otro albergue, pero al tiempo, también nos dijo que si queríamos, por 30€ podríamos tener una habitación para nosotros solos en el centro de Cáceres. Hizo unas llamadas y listo, teníamos cuarto en una pensión en pleno centro de Cáceres.
El mismo chico nos sugirió dejar el coche en el parquin del albergue sin coste alguno, y así evitarnos los costes de aparcar cerca del centro, o de no poder aparcar, porque los coches ya no pueden circular por el centro histórico o la Plaza Mayor.
Recordábamos lo mucho que la gente nos ayudó viajando por el mundo, y aquí en España no iba a ser menos; cerramos el coche, agarramos la mochila y nos fuimos para la pensión.
La Pensión Carretero, (así se llamaba), regentada por una pareja de avanzada edad muy simpática; donde las escaleras del edificio estaban ligeramente inclinadas, con una barandilla de forja y madera bastante delicada, de la cual no me fiaba. En el segundo piso estaba nuestra habitación con vistas al patio interior; pero sinceramente, era emocionante estar de nuevo viajando en cuartos sin mucho lujo de los cuales hacíamos rápidamente nuestro espacio y “hogar”. Todo hay que decirlo también, la emoción se cayó más tarde durante la noche, cuando nuestras espaldas no soportaban la curvatura del viejo colchón y tuvimos que tirarlo al suelo para descansar mejor…
Extremadura no deja de impresionarnos; la naturaleza de Monfragüe y el pueblo medieval de Trujillo se unen a otra de las joyas que vamos encontrando en éstas tierras; Cáceres, que sin duda es una ciudad encantadora.
Nuestra ansía de conocer y explorar nos lleva a recorrer las calles de la ciudad monumental cacereña, inundada de casonas de nobles, palacios, torres e innumerables iglesias.
La iglesia de San Francisco Javier, es una de las que se puede visitar el campanario por tan sólo 1€; ascendimos a los dos campanarios por las retorcidas escaleras de caracol construidas en piedra, y así tener diferentes vistas de la ciudad.
Entre la multitud de salas y museos de la ciudad, visitamos uno bastante interesante sobre la Semana Santa, la cual se vive de una forma muy diferente al norte de España. La exposición mostraba videos y maquetas de las procesiones, cuidadas al milímetro y llenas de emoción por parte de los participantes. Además también se podían ver los diferentes trajes utilizados, característicos por llevar túnicas y unos gorros cónicos puntiagudos bastante altos.
Frente a la Plaza Mayor, se haya la puerta principal de entrada a la vieja ciudad, el arco de la estrella; y junto a ella la Torre de Bujaco, a la que se puede ascender gratuitamente por turnos. La torre de Bujaco domina toda la Plaza Mayor; lo que ahora es un bullicio de restaurantes, cafeterías, bares y tiendas, antaño fue el centro de reunión de Cáceres, donde la gente compraba y vendía el ganado; aunque supongo que esté muy cambiado, es fácil imaginarse el suelo de la plaza desnivelado, todo de tierra y embarrado en ocasiones por la lluvia; con los habitantes cacereños negociando la compra-venta de animales, vestidos con antiguos harapos, igual que recién salidos de un cuento.
La noche cae en Cáceres, la ciudad monumental se ilumina de una forma espectacular y la Plaza Mayor cobra una vida especial, todos los locales están atestados de personas y es difícil llegar a un sitio a cenar sin esperar antes un buen rato, de todas formas las tapas cacereñas son de tal envergadura que hambre realmente no se pasa. De momento Cáceres ha batido el record de tapas, con una consumición: aceitunas, 4 lonchas de pan con sobrasada y dos lonchas de pan con boquerones.
En nuestra ruta al sur, no podía faltar una visita a la capital administrativa de Extremadura, Mérida; donde se encuentran las ruinas romanas más grandes y mejor conservadas de toda la Península Ibérica.
Entre las cosas más importantes están el Puente Romano, uno de los más largos que construyeron los romanos, con 60 arcos de granito sobre el inmenso río Guadiana; y junto a él, la Alcazaba o ciudad fortificada, de la cual no quedan muchos restos; más tarde veríamos Alcazabas realmente impresionantes en Andalucía.
A parte de las ruinas salteadas por la ciudad y el acueducto, el lugar más emblemático y bien conservado, es el teatro romano, el cual aún se utiliza con el mismo fin para el que se construyó en el año 15 A.C.
Tras una exhaustiva visita a Mérida continuamos hasta el extremo sur de la comunidad extremeña para hacer noche en un bonito pueblo llamado Zafra.
En Zafra encontramos alojamiento en un convento donde alojan a peregrinos que hacen la Ruta de la Plata. Para los no peregrinos como nosotros el precio es de 15€ por persona, en un cuarto privado muy chulo.
La Ruta de la Plata que originariamente era una vía romana que comunicaba Mérida y Astorga (en León), hoy en día se ha modificado, siendo la conexión entre Sevilla y Gijón.
Zafra es el primer “pueblo blanco” que encontramos antes de Andalucía; un pueblo bonito de estrechas callejuelas; pero solamente con sus dos plazas principales, Zafra ya lo vale todo. Ver y sentir la Plaza Chica y la Plaza Grande al atardecer es un momento realmente evocador.
Con la “excusa” del “Viaje de Recién Casados”, seguimos dándonos todos los caprichos; una cervecita por aquí… un vino por allá… y por supuesto comida local; y que mejor que un buen surtido de ibéricos extremeños, en una de las mejores tierras para éste tipo de productos…
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