Finalmente el camino desde el cruce de la carretera entre Matmata y Douz está asfaltado por completo hasta Ksar Ghilane. Estábamos esperando que en cualquier momento el asfalto se terminara y comenzara una senda en pleno desierto hasta llegar al oasis, pero no fue así.
Mires donde mires todo es completamente plano, seco y la vista
se pierde en el infinito. Según nos vamos acercando a Ksar Ghilane, el terreno
plano se torna ondulado en el horizonte por la forma de las dunas de arena.
Y aquí llegamos, al oasis de Ksar Ghilane, en mitad del desierto. El oasis es frondoso, está lleno de datileras y tiene una especie de “calles” de arena por donde el coche pasa con dificultad.
Fuimos directamente donde creíamos que estaba el alojamiento
más económico, aunque sabíamos que alojarse aquí no iba a ser barato
precisamente.
Efectivamente, nos piden 30 Dinares (15€) por persona,
pensión completa durmiendo en una jaima. Tras un intenso regateo, el hombre no
bajó nada el precio y nos fuimos a otro sitio.
En éste segundo lugar el precio era igual, pero lo bueno fue
que tras un regateo de unos 20 minutos (poniendo cara de pena) nos dejó la
pensión completa a 20 Dinares por persona; 10€.
Por lo que seguimos viendo, parece que el regateo en
alojamientos, no es tan común como creíamos.
Y ésta fue nuestra jaima en Ksar Ghilane.
Aquí nos encontramos con Mustaf, un guía que conocimos en
Matmata, y que tras insistir persistentemente en vendernos algo, decidió tirar
la toalla y pasar simplemente a charlar con nosotros, lo cual fue interesante
pues venía de una familia bereber.
Aquí en Ksar Ghilane, Mustaf estaba con dos extranjeros,
Jose de Mallorca, y Daniela de Italia. Mustaf los había traído hasta aquí y
debía llevarlos a Douz (unos 200km) al día siguiente. Como María y yo íbamos en
esa dirección nos ofreció 20 Dinares por llevarlos, pero aceptamos a hacerlo
sin nada a cambio, si es que ellos aceptaban, ya que habían pagado a Mustaf por
el servicio…
En uno de los extremos del oasis hay unas termas naturales
no muy impresionantes; pero pocos metros más adelante se haya algo inmenso, el
desierto del Sahara. Kilómetros y kilómetros al oeste hasta Marruecos y al sur
Argelia, y hasta Mali y Níger.
Nos descalzamos y nos lanzamos a caminar (no lejos); la
arena es tan fina que parece polvo y aunque en la superficie esta muy caliente,
al meter el pie abajo está muy fría debido a las bajas temperaturas por la
noche en esta época del año, (Noviembre)
En el oasis hay un hotel bastante caro, pero que
afortunadamente tiene el acceso libre a cualquiera, y en él hay un torreón con
muy buenas vistas del oasis y del desierto.
Estuvimos a punto de contratar un camello para la puesta de
sol pero nos echamos atrás pues preferíamos disfrutar del momento tranquilos
solos en arena del desierto. Y fue realmente espectacular, buscamos nuestra
duna, subimos hasta la cumbre y observamos como el sol nos dejaba hasta el día
siguiente; con su ausencia el frio hizo presencia repentinamente teniendo que
regresar a la jaima rápidamente.
En la noche cenamos con Jose, Daniela y el alemán que
habíamos conocido en Tataouine y que había llegado hasta allí en bici a través
de pistas de arena.
Los trabajadores son gente muy simpática, a pesar de su
aspecto tradicional están ya muy hechos al extranjero y nos pasamos unas buenas
risas con ellos.
Aunque fue duro por el frio, al día siguiente me levante a
las seis de la mañana, en total oscuridad, y me fui al desierto para ver el
amanecer. Fue una sensación increíble, solitaria, y muy bonita el sentarte en
la arena fría de una duna esperando la llegada del que vimos marchar unas horas
antes.