Teníamos 15 días de vacaciones en este año, y decidimos
comprar un vuelo de ida y vuelta a Túnez; un país del norte de África que no
conocíamos, y de no muy grandes dimensiones para poder visitarlo más o menos en
este corto periodo de tiempo.
Al ser tan sólo 15 días, había hecho un plan aproximado con
fechas de lo que nos gustaría ir a visitar, pero como suele ser habitual en
nosotros, no lo respetamos en absoluto. Pero esta vez por un problema ajeno,
algo que no nos había ocurrido en nuestros 4 años pasados viajando, ni en otras
ocasiones. Al llegar al aeropuerto de Túnez, ya tarde por la noche, la mochila
de María no aparece.
Según los tunecinos de “equipajes perdidos”, no había ningún
problema, la mochila había sido localizada en Barcelona, y según ellos vendría
a día siguiente a Túnez vía Casablanca.
En un principio fue bastante “bajón”, pero bueno, es algo
que ocurre a mucha gente; así que cambiamos la idea de irnos al día siguiente
de la capital, y nos quedamos aquí para volver al aeropuerto sobre la misma
hora para el vuelo de Casablanca.
En información turística pregunté por algún mapa, y por
curiosidad le pregunté también por algún hotel barato. Éste me preguntó de
cuantas estrellas lo quería, y yo al responderle que buscaba uno de 20 Dinares
(10€) por la zona de la antigua Medina, me respondió con un despectivo:
uffffff!!! Con eso la conversación quedó zanjada.
Llegábamos a Túnez bien informados de los mafiosos taxistas
del aeropuerto, quienes piden al extranjero precios estratosféricos para ir al
centro. Sabíamos que no debíamos pagar más de 10 Dinares (5€), pero tampoco
regateamos por menos, ya que estábamos cansados. Y así llegamos a las doce de
la noche a Túnez capital, al mismo centro de la ciudad, el cual estaba
completamente vacío, oscuro y solitario; tan sólo algún grupo de hombres
paseaba por alguna calle.
Túnez no nos pareció peligroso en absoluto, más después de
conocerlo, pero nuestro “chip” siempre alerta, nos hacía ir con mucha cautela.
El caso es que no teníamos un hotel donde ir, y debíamos dar
algunas vueltas hasta encontrar algo; los primeros hoteles ascendían a 20€ la
noche; nos parecía mucho. Otro un poco más económico era demasiado cutre para
el precio; así que decidimos ir caminando hasta la Plaza de la Victoria donde
yo sabía que podría haber un hotel adaptado a nuestras necesidades.
Durante el camino, a la soledad y oscuridad de las calles,
se le une la interesante plaza de la Independencia, llena de alambradas en las
aceras, con tanques y otros vehículos militares en el centro de la misma.
Por fin llegamos al Hotel de la Medina, justo en la entrada
de vieja ciudad.
La comunicación en recepción es compleja, en Túnez se habla
árabe y mucho francés, pero muy poco de inglés. Ya eran más de las doce de la
noche y aun así creo que tardamos una media hora en conseguir la habitación; el
regateo fue en vano, los precios son fijos y caros para el mal estado de la
habitación que nos ofrecían. Siempre decimos que cuando en Asia pagábamos 2€
por un cuarto, te adaptas a la suciedad y lo aceptas; pero un cuarto por 15€ y
cutre, cuesta pagarlo. De todas formas no tuvimos elección, 15€ la doble, más
1€ por ducha, al menos prometieron cambiarnos al día siguiente a uno más
barato.
De todas formas, aunque el Hotel de la Medina fuera de los
“peores” que estuvimos en este viaje; el carácter de la gente que lo regía, y
su ayuda infinita, tanto de ellos como de otros huéspedes, hacen incluso
recomendable éste lugar.
El equipaje de éste viaje era mínimo, yo llevaba una mochila
pequeña medio vacía con una ropa de cambio y poco más; y otras cosas como las
de aseo, estaban en la mochila de María que ese momento estaba en Barcelona.
Al no disponer de ello, le dije al recepcionista que no
podíamos ducharnos a causa de la historia de la mochila; a éste le faltó tiempo
para buscar una toalla y un chico argelino que se alojaba allí nos prestó un
bote de jabón.
Caímos rendidos de sueño…
¡Allāhu akbar!!!, ¡
allāhu akbar!!! Nos despertamos a las
5:30 de la madrugada, ni siquiera nos habíamos acordado que estábamos en un
país musulmán y que en cualquier momento cercano al amanecer podría escucharse
la llamada a la oración del muecín.
Quizá en otra situación no sería de agrado que te
despertaran a esas horas, pero ese momento para nosotros era la bienvenida a Túnez,
la re bienvenida al Islam, y de nuevo el contacto con el mundo árabe.
Por supuesto dormimos un poco más, pero un rato después, el
bullicio de la calle y nuestra inquietud nos hizo abrir las contraventanas
azules del cuarto para ver el movimiento de la calle, alrededor de la Puerta de
Francia, un arco de piedra que da paso a la Medina.
Medina significa “ciudad” en árabe, pero en éstos países se
refiere como medina a la ciudad antigua. Es decir, al barrio de las
callejuelas, de los vendedores, de los zocos, del regateo, de las viejas
mezquitas, de las madrazas (escuelas del Islam), de las teterías con shisha
(pipa de agua)… y además en ésta medina de Túnez, de las tiendas de recuerdos
para turistas. Un vendedor me llegó a decir que una de las calles la llamaban
“Guiri Street”, aunque sinceramente no vimos tantísimo turista occidental por allí.
Hablando con los tenderos nos comentaban que la Revolución
Tunecina había hecho mucho daño al sector del turismo. Aunque traté de
preguntar sobre la opinión de la gente tras la Primavera Árabe, nadie concluyó
en algo; primero era un “bieeeen” un tanto desganado, al que precedía una cara
de poca satisfacción e inseguridad por la falta de estabilidad del gobierno. No
es de extrañar que algo no va bien cuando hay varios tanques aparcados con
soldados día y noche en la plaza principal y centro neurálgico de la ciudad.
A pesar de ello quiero aclarar que no sentimos amenaza o
inseguridad de ningún tipo, es más nos sentimos muy acogidos por el pueblo
tunecino.
En la tarde hicimos unas llamadas y nos conectamos a
internet preocupados por la mochila desaparecida.
Recibimos un email de Halcon Viajes, agencia a la cual
habíamos comprado los vuelos, en éste nos dice que han cambiado nuestro vuelo
de regreso, en vez de Bilbao es Madrid; no tuvimos otra elección que aceptarlo
para no perder el vuelo, y aunque tratamos de conseguir una remuneración para
cubrir al menos el gasto de Madrid a Bilbao o Cantabria, Halcon Viajes no se
hizo responsable en ningún momento.
Fuimos al aeropuerto con la ilusión de poder recoger la
mochila y comenzar viaje al sur del país, pero la cinta de las maletas del
vuelo de Casablanca quedó vacía; la mochila tampoco había llegado.
“Equipajes perdidos” nos dice que ahora no saben donde está;
podría estar en Barcelona, en Madrid o en Casablanca, y nos mandan volver al
día siguiente por la tarde.
Desconsolados cogemos un taxi, (esta vez por 5 Dinares) y
volvimos al hotel.
En el hotel ya nos conocen por los de “la mochila perdida”;
con el recepcionista estaba un chico de Libia con quien había hecho amistad en
la tarde. Ellos me pidieron que les contase todo al detalle y no se explicaban
cómo podía estar la mochila perdida. Entonces el recepcionista cogió un papel y
empezó a escribir una lista de lo que nos hacía falta para comprarlo o
conseguirlo haciendo una colecta con los del hotel; me parecía increíble y lo
paré enseguida diciéndole que no hacía falta tanto. Al final nos dejó una
toalla y el chico de Libia me trajo jabón y champú; también me ofreció dinero
si es que lo necesitaba.
La mochila ya era lo de menos, estábamos en un país árabe,
hospitalidad y solidaridad por los cuatro costados.
Decidimos dar una nueva oportunidad para recuperar el
equipaje, y nos quedamos otro día en Túnez capital.
Desayunamos en la Avenida Habib Bourguiba, que lleva el
nombre del padre de la independencia de Túnez. Toda esta avenida está llena de
restaurantes y cafeterías al más estilo francés de comienzos del siglo XX; y
además el desayuno típico es café y pasteles o croissant.
Cogemos el tren suburbano de TGM que nos lleva hasta el
barrio de Cartago. Aunque curioso por la historia, no me apetecía visitar las
ruinas de la antigua Cartago pues sabía que no quedaban más que piedras
sueltas; pero sí dimos un paseo por el centro de lo que algún día fue una
ciudad sin precedentes. Visitamos también los puertos púnicos, utilizados en el
pasado para albergar la base militar naval de los cartaginenses; y utilizados
hoy en día como puerto pesquero.
Siguiendo en el tren TGM hacia en norte, llegamos a la
apacible Sidi Bou Saïd, un barrio junto al mar de casas de un blanco cegador
con ventanas y puertas de color azul; todo bajo un marco de buganvillas y otras
flores.
Sin duda en su arquitectura mezcla rasgos de Andalucía,
posiblemente influenciado por los hispanos musulmanes de la época.
Recorrimos el tranquilo pueblo, también muy adaptado al
turismo con multitud de tiendas, pero insistiendo una vez más en que son pocos
los turistas occidentales que se ven; sin duda hay más turismo árabe.
El tercer intento para recuperar la mochila en el aeropuerto
era sin ilusión alguna. Efectivamente no apareció.
Esta vez pagamos por el taxi de vuelta 4 Dinares (2€), le
dije al taxista que no pagaría más, la verdad es que creo que no pagan eso ni
los locales. Hartos de ir y venir del aeropuerto insistí al taxista que conocía
los precios bien, y de camino al centro me preguntó si vivía en Túnez capital.
Tras el bajón moral de la desaparecida mochila, y viajando todos los días ida y
vuelta al aeropuerto, tuve la sensación que casi vivía allí.
Nunca antes habíamos hecho un seguro de viaje, y casualmente
María había hecho un seguro de viaje muy sencillo que cubría cosas básicas como
la perdida de equipaje. No la iban a indemnizar por ello, pero si conseguíamos
facturas a su nombre de compras de cosas de primera necesidad, quizá podría recuperar
el importe gastado.
Así que nos vimos en Túnez ciudad en busca de un
establecimiento donde comprar lo básico para viajar, y que nos harían factura.
El idioma era un inconveniente, pero explicar en una tienda
tunecina el por qué queríamos una factura, fue el gran reto del viaje.
Gracias a que la gente es maja y se volca para ayudarnos,
dimos con la persona indicada, quién nos hizo una factura con el nombre de María
y en numero de pasaporte escrito a bolígrafo, menos es nada…
Compramos unos billetes de tren para el día siguiente partir
pronto a Sfax, olvidarnos de lo sucedido y comenzar a disfrutar del viaje,
(aunque realmente ya lo estábamos haciendo)
En un supermercado bastante moderno, más o menos como los de
nuestro país, fuimos a comprar algo de comida para llevarnos en el viaje en
tren; y cual es nuestra sorpresa que en la zona de refrigerados nos encontramos
varios gatos callejeros que se habían colado y estaban arrasando con las
mortadelas y chopes de las estanterías. Nuestros ojos no daban crédito… pero e
aquí la prueba.
Durante las proximas semanas iremos actualizando el resto del viaje por Tunez.
Muy interesante el Blog, te dejo enlace del mio por si quieres visitarlo y darme tu opinion
ResponderEliminarhttp://viajerodesempleado.blogspot.com.es/
Rafael Gonzalez